Estallaba en un ataque de ira y de gritos.
Sólo podían escucharse mis quejas y mis lamentos de una situación que sólo podía comprender yo.
Una situación que aparentemente había creado yo, de la cual pedía a gritos ayuda más que una solución.
No pudiste entenderme y lo único que pudiste hacer fue agrandar mi incomprensión y huir, esta vez con tu neceser y cafetera, sin mirarme a los ojos cuando dijiste adiós.
Luego tenías cosas que hacer y no podías atenderme, así que de lejos escuchabas lo que por el altavoz te decía yo.
Palabras sólo palabras, insultos y otros gritos de mi corazón que lloraba de dolor, roto de tanta incomprensión.
Fue entonces cuando comprendí que mi ira había matado tu amor.
Y quisé gritar y llamar a la paciencia, pero también se había muerto con el amor.
Había sido la inocencia, la ternura y compasión, quien venía a visitarme con mi hija y mi madre, para abrazar todo mi dolor.
A veces buscamos explicaciones, sin entender que más allá de las mismas, lo unico que necesitamos es amor.
Entonces se hizo presente el silencio, la distancia y el adiós, no encontraste palabras ni tampoco hiciste nada para callar mi estallido de dolor.
Recibí la visita de la desolación, que acompañada de la incomprensión y lástima me miraba con compasión.
En realidad daba igual lo que hiciera o lo que pudiera decir, sólo necesitaba saber que estarías y me querías sin entender ni pedir.
De pronto tenía que volver a cambiar de costumbres y olvidar otra vez lo que sentía mi corazón, era tarde para reanimar mis pulmones que sin aire habían dejado mis gritos de desilusión.
Habías dejado de amarme y la ira había ocupado el lugar que un día en tí había sido amor.
Así incomprendida y a solas conmigo me quedaba yo.